La historia transcurre en un estricto Monasterio de Cartujos, en el que los monjes tan solo podían decir dos palabras al año. Esas palabras las pronunciaban durante la comida del día de San Bruno, fundador de la orden.

Llegó al convento un joven cartujo y al pasar el año pronunció sus dos palabras: “Comida mala”. El padre prior quedó sorprendido y añadió: “Entiendo”. Pasó otro año y el joven cartujo dijo sus dos palabras correspondientes: “Cama dura”. El padre prior dijo: “Ya veo”. El tercer año, el joven usó sus dos palabras para decir “Hace frío”. El padre asintió.  El cuarto año el joven, sin poder resistir más esa situación dijo: “Me voy”. A esto, el padre prior, que era la única persona que podía pronunciar más de dos palabras, respondió: “Sí, mejor que te vayas, porque desde que has llegado no haces más que protestar”.

Quizás sean numerosas las ocasiones en las que nos comportamos como el joven cartujo, quejándonos permanentemente en vez de aprender y aprovechar el momento para crear una experiencia positiva.

Expresar es bueno y expresar una disconformidad no es perjudicial, pero deberemos evitar que esos comportamientos se conviertan en la norma. Cuando la queja no da paso a una solución termina por cargarnos de energía negativa, produciendo malestar y estrés en nosotros mismos y en las personas que nos rodean.

Dejar de quejarnos e invertir ese tiempo en construir soluciones nos aportará muchas ventajas:

  • Favorecerá que aceptemos y entendamos lo que tenemos que cambiar.
  • Disminuirá la aparición de emociones negativas tales como malestar, celos, nerviosismo…
  • Ayudará a responsabilizarnos de las cosas que decimos o hacemos, en vez de culpabilizar a los demás.
  • Beneficiará un estado de ánimo más adecuado.

“Con la mitad de energía necesaria para expresar una queja, se empieza a construir una solución” Rafael Vidac.

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