La enfermedad renal crónica desarrolla cambios progresivos en la vida de las personas a las que se les diagnostica. El impacto inicial es una bomba nuclear que pone boca abajo todo un sistema vital creado durante años.

Las estrategias tienen que variar. Hay que priorizar, desechar, anular, restar y sumar, eliminar, aportar, desaprender y aprender. Un proceso largo y adaptativo paralelo a la evolución de la enfermedad que, a cada paso, nos sorprende con un nuevo caos. Un nuevo caos al que hacer frente de la manera más sencilla y a la vez la más complicada: aceptando.

E igual que debemos aceptar la evolución de la enfermedad debemos aceptar los cambios físicos que ella nos origina.

Debemos. Ojalá fuera tan fácil.

Ojalá fuera fácil aceptar llevar un catéter que cuelga de tu pecho o tu vientre, ojalá fuera fácil aceptar que tus brazos ya no tienen fuerza y que están llenos de cicatrices por las fistulas realizadas. Ojalá fuera fácil aceptar los “bultos” de la fistula, oír ese ir y venir de sangre pongas el brazo como lo pongas.

Ojalá pudiéramos aceptar que si quieres llevar un vestido escotado la gente se va a quedar mirando tu apósito de la misma manera que lo miras tú cuando te miras en el espejo. Que, si estás con un grupo de gente y alguien te coge del brazo notando la fistula, se va a asustar apartando su mano rápidamente.

Ojalá pudiéramos aceptar que no vas a poder hacer las mismas caminatas que la gente de tu edad, ni beber el agua que tu cuerpo te pide, ni notar el agua cayendo por tu cabeza al ducharte.

Ojalá pudiéramos aceptar que tener intimidad con una persona va a significar explicar mil historias, que el bikini pasará a mejor vida, que eso de cargar peso ya no va contigo, que, incluso, cargar a tu nieto en brazos te va a suponer un esfuerzo.

Pero porqué nos cuesta tanto, porqué nos cuesta tanto disfrutar de la vida pese a nuestro catéter, nuestra fistula, nuestra sed, nuestro agotamiento, nuestra frustración…

Dicen que la respuesta esta en una maravillosa palabra: ACTITUD.

La actitud hace la diferencia. Una actitud derrotista verá todos los problemas mencionados antes a cada minuto, a cada hora, constantemente y, lo peor, los verá sin intentar solución alguna.

Una actitud asertiva verá la botella medio llena y conocerá sus límites, y los amará. Sabrá andar lo necesario, lo que su cuerpo le permita y sin una gota de autocompasión dirá “hasta aquí”, se sentará y disfrutará el paisaje. Ese paisaje que no hubiera podido disfrutar de haber podido seguir la ruta.

Es normal que pasemos de una actitud a otra, que seamos una montaña rusa, que el conflicto interno vaya por un puerto de montaña constante.

Es normal que en algún momento encontremos un valle lleno de amapolas y que nos envuelva su belleza de tal manera que olvidemos que la enfermedad nos acompaña y pasemos a ser simplemente otro ser pequeño dentro de un universo majestuoso donde nuestros problemas son puntitos remotos e insignificantes comparados con el aroma de una única flor.