“Seas quien seas, no estás PLANTADO: ¡eres un ser humano, no un árbol!”

Andrew Matthews

Hablando un día con un paciente en diálisis, me contaba que la vida le había dado unos cuantos reveses en los últimos años, de hecho, conforme me contaba, entrar en diálisis cada vez parecía menos grave comparado con el resto de sus circunstancias, y sin embargo, me lo contaba con un buen ánimo envidiable, pues nada más explicarme cada nuevo “desastre”, inmediatamente me contaba como eso le había hecho cambiar de pensamiento y de comportamiento haciendo que se sintiera más a gusto con la nueva persona en que se estaba convirtiendo. No se alegraba de sus problemas, y dejaba claro que ojalá nunca le hubieran ocurrido, pero la realidad era que, sí le habían pasado cosas “malas” y, por tanto, ya que esa era su realidad, ¿Por qué no convertirla en el punto de partida para crecer y reinventarse?

Una gran ayuda para tener esta actitud vital la encontraba en un pequeño libro que tuvo la infinita bondad de regalarme, es sin duda uno de los mayores tesoros de mi biblioteca.

Me gustaría parafrasear un pasaje de dicho libro para compartirlo con vosotros:

Muchos de nosotros no aprendemos nada hasta que nos dan con la primera en la frente. ¿Por qué? Porque es más fácil no cambiar. Por eso seguimos con nuestra bola, hasta darnos el trastazo.

Lo de la salud, por ejemplo. ¿Cuándo cambiamos de dieta y empezamos a hacer ejercicio? Cuando nuestro cuerpo cansado ya no puede más. Cuando el médico dice: “O cambias de estilo de vida… o no respondo”. ¡Entonces sí nace la motivación!

En las relaciones, ¿Cuándo nos decimos el uno al otro que nos queremos mucho? Cuando el matrimonio está a punto de deshacerse, cuando la familia se descompone. En la escuela, ¿Cuándo nos ponemos a empollar? Cuando faltan cuatro días para los exámenes. ¿Cuándo nos ponemos a rezar, por lo general? Cuando vemos que todo se hunde: “Señor, sé que no he hablado contigo desde la última vez que la palilla salpicó el ventilador, pero…”

Asimilamos las grandes lecciones de la vida cuando las cosas se ponen feas. ¿Recuerdas las decisiones más importantes que has tomado? Fue cuando estabas en el suelo, después de un desastre, de un gran revés, de los cuatrocientos golpes. Entonces nos decimos: “Me he cansado de recibir patadas, de estar mal. Hay que hacer algo”. Los éxitos se celebran… pero no enseñan mucho. Los fracasos duelen… y es entonces cuando más podemos aprender. Mirándolo retrospectivamente, nos damos cuenta de que los “desastres” han sido puntos cruciales.

No es que las personas eficaces anden buscándose problemas, pero cuando reciben una bofetada se preguntan: ¿Cómo he de cambiar lo que pienso y lo que hago? ¿Cómo podría hacerlo mejor? En cambio, las personas atrapadas en su angustia no hacen caso de las señales de peligro. Y cuando se les cae el techo encima todavía preguntan: ¿Por qué ha de pasarme todo a mí?

Somos animales de costumbres. Seguimos con lo que estábamos haciendo hasta que nos obligan a cambiar.

Así pues, ¿la vida es una sucesión de desastres dolorosos?

  • No necesariamente. El universo siempre envía señales amables. Cuando no hacemos caso de ellas, nos hace la señal con un mazo. El progreso duele más cuando nos resistimos.

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